Tus mejillas, mojadas por las penas,
son manchas de rubor en tu alborada,
va manchada tu albura arrebolada
por la culpa que corre por tus venas.
Sangre roja en las blancas azucenas
que confiesa en silencio la estocada,
son como virgen nieve mancillada,
son como dos bermejas lunas llenas.
Vociferan tus pómulos valientes
lo que tú tan cobardemente callas,
con la lengua medrosa tras los dientes.
¡Admítelo, mujer, ten las agallas!
sé que otras manos, sucias y calientes,
han penetrado en todas tus murallas.